Me duelen los ojos. Estuve todo el día frente a una pantalla, incluso cuando debería estar viendo la vida pasar, la real, veo la vida de otros por una pantalla. Parecen felices, así que los veo de nuevo.
Otra vez.
Refresh.
Tengo que ir a dormir, querría seguir escribiendo, pero el ardor es más fuerte. Fui al baño y me vi en el espejo: los ojos brillan, afiebrados. Tengo las escleróticas estalladas. Es la mirada del exceso, pienso, podría ser droga o trabajo, o ambas a la vez. Tengo que ir a dormir, pero sé, esto lo voy a confirmar en unas horas, que el sueño me es imposible cuando tengo la lengua llena de palabras, los oídos cargados de voces. Voy a dar vueltas en la cama, ninguna posición será la correcta, habitaré una especie de sueño lúcido, pero por más que lo intente, mi cuerpo no se entregará a la pequeña muerte cotidiana. Mis horas en la cama se parecen más a los revolcones que te dan las olas de la Costa Atlántica que a una nube: entro confiada, en el medio hay confusión, salgo cansada y frenética.
*
El domingo fui a escalar por primera vez. Fui a uno de estos lugares que tienen paredes y piedritas de colores y aprendí algunas cosas. Empezamos por escalar en boulder, unas paredes “bajas” en las que se va sin equipo de protección. Se busca el punto de partida que está señalizado y se sube hasta arriba utilizando las piedritas del mismo color. Cada color es un camino distinto. Al final, se toca con ambas manos. Para hacer todo esto te ponen los “pies de gato”, unas zapatillitas que aprietan terriblemente y te dejan los dedos como garras. Duelen. Yo pensé en las geishas.
Todo era un juego: no toques acá, pisá allá, acercate, no mires abajo. Uno en el que era un poco mala. Es difícil pensar con dolor. Los circuitos más fáciles eran asequibles, pero subir un poco el nivel, una tarea titánica. Me empecé a aburrir. La amiga que me invitó tiene más experiencia, pero sobretodo más temple. Es lindo verla pensar en los agarres, las pausas que se da. Está en la altura agarrada por sus bracitos, probando unos cambios suaves de peso con los pies. Tantea, respira. Ella dice que es ansiosa, pero yo, desde abajo, la veo como una artesana del tiempo y de las decisiones.
Del boulder pasamos a la escalada con cuerda. Bah, una vía con un arnés que, gracias al cielo, te tira hacia arriba. El culo pesa menos. No me dan miedo las alturas, pero me da miedo caer. Mi cuerpo se tensa justo antes de empezar, considero arrepentirme, pero hay una parte mía que sabe que debo superarlo. Roer la parálisis. Como Dorothy voy por el camino amarillo. Hay piedras muy pequeñas de las que agarrarse, algunas con formas imposibles. Evito los movimientos que me impliquen hacer pequeños saltos y quedar en el aire. Sé que lo importante es estar pegada a la piedra, hacerse una con la pared. No puedo más. Me escucho decir: no puedo, no puedo, no puedo más. Puedo soltarme y dejarme caer, el arnés va a hacer lo suyo. La voz sigue, no puedo, no puedo, no puedo. Se sintió tan obvio que tenía que hacerle frente a la voz. Me empecé a decir que sí podía, le avisé a todos mis músculos, seguí subiendo.
Me encantaría poder interceder en lo que pienso con esa facilidad: poder, no poder, subir, no subir. Acá en la tierra todo es más complejo, la voz habla con frases más largas como: no tenés nada interesante que decir, te vas a quedar sin ideas, no llames, no preguntes, no molestes. La voz me quiere quieta, aislada, segura. Creo que me quiere muerta.
Seguí subiendo hasta que no se pudo más. Desde abajo venían los gritos eufóricos de celebración. Yo no me movía. Estaba aferrada. ¡Dejate caer, dejate caer! Pero ¿cómo voy a dejarme caer? Yo que siempre lucho todo, yo que me aferro a lo que se logró, a las batallas, yo que, por fin, tengo un remanso y rezo, agradecida, de lo que existe, ¿cómo voy a arriesgarlo todo? Mi pulsión de muerte queda en jaque. Dejarse caer. Si hago fuerza, podría terminar chocando con la pared. Dejarse caer. Entiendo que nada va a pasarme, que ese arnés me tira para arriba. Pero no puedo. Quiero controlarlo todo.
Respiro, grito y vuelo como Peter Pan hasta que unos brazos me atajan en el suelo. Río. No sé hacerlo. No sé. No sé caer. Tengo el corazón acelerado. ¿Por qué vine? ¿Por qué lo hice? ¿Por qué? No quiero hacerlo nunca más, no voy a hacerlo nunca más, pero vamos de nuevo.
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Desde que soy chiquita somatizo. Mi cuerpo habla lo que no digo, responde físicamente. Es contestatario. La pelea que no hace la lengua la ejecutan la piel, los ojos, el sistema digestivo. Una comunidad de células buscando revancha, rebelión y cariño. En la secundaria, esa época en la que mis días eran un infierno, tuve una alergia larguísima en el brazo justo donde se apoyaba con el banco. Picaba mucho. Ahí también comencé con la de arrancarme el pelo, paré cuando me di cuenta de que me estaba apareciendo un hueco, distinto al del corazón. No paraba de tener anginas y me sacaron las amígdalas. Las anginas continuaron. Las infecciones buscaban nuevos lugares para hospedarse y, por mi propio bien, mantenerme lejos de la institución educativa. Pero hay más, mis reglas se regularizan o no según la atención que le esté prestando a mi deseo. Tuve una sordera súbita después de que mi papá me dijera algunas barbaridades. Puedo seguir porque la lista es interminable. Las conexiones pueden parecer remotas, pero desde el momento en que las observo se vuelven claras, obvias. Mi mundo físico y mental juegan una danza peligrosa. En el último tiempo, vengo intentando que la relación se establezca también de forma inversa, restablecer el equilibrio. Que sea mi cuerpo el que proponga un nuevo esquema mental. Una espalda más recta, unas costillas que no se expandan tanto. Estar en mí, en cuerpo y en alma.
Pienso: ¿y si entreno lo físico de dejarme caer? ¿si entreno la pérdida del control?
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De chica yo me hubiera tirado, sin pensarlo. La idea me sigue resultando divertida, pero la realidad, no. Me pasa lo mismo con las montañas rusas que ya me causan menos gracia. Es que las cervicales sufren, digo. Crecer es darle cada vez más lugar al miedo que lo va colonizando todo. Supongo que será que a medida que se acerca la muerte real y se hace más concreta, nos empecinamos en encontrarla disfrazada en cualquier parte: la noche, otros barrios, los escalones, las alturas. La queremos alejar dejando de vivir y vivir es un poco danzar con la muerte. Yo no quiero quedarme sentada, no quiero que el mundo se me vaya acotando y haciendo más pequeño y creo que esto se entrena. Pero yo quiero todo y por eso me quedo sentada. Siempre ahí, el miedo a caer. A la pérdida, a perder.
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Hace unas semanas escribí esto, con el caso de mi alumno que se siente aburrido y mi propuesta fue que se permitiera perder esa batalla. No es luchando. Es quizás, abandonando la idea de triunfo, del lugar al que llegar.
Me repito como un mantra: ¿y si esto lo doy por perdido? ¿y si ya está? ¿si hay que empezar necesariamente de nuevo? La piedra de Sísifo. Subirla. Verla caer. Volver a rodar. ¿Dónde está el gozo? ¿En el proceso? ¿En el comienzo? ¿En la repetición? También pienso: ¿Y si, efectivamente, el chico no me quiere más? ¿Esto debería, también, darlo por perdido?
Si esto fuera una pared, lloraría un rato, recobraría el aire y vería que hay muchas líneas en las que seguir jugando. Pero esto no es una pared, yo no soy una pared.
Pienso y quizás no es cuestión de pensarlo, quizás es momento de que sea el cuerpo el que pueda decidir cómo pasar del dolor en el pecho que se cierra a la alegría de unas caderas que bailan. Si mi cuerpo de la secundaria buscaba rebelarse y cariño, el de hoy quizás pide volver al centro y cariño, también. Un cariño propio. Atención.
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La semana pasada no escribí porque escribí en otro lado (este es el otro lado en el que escribí y al que también se puede suscribir, son cartas entre amigas). Me sentí un poco culpable porque si hay algo que sé es transformar todo en una demanda. No sé de huecos libres ni grietas, pero si aprendí algo escalando es que en el hueco se inserta el agarre, los agujeros no se desprecian, las grietas son deseables. Lo macizo no permite el movimiento.
Será cuestión de practicar, me digo: practicar caer, hacer espacio, volver a empezar.
Abrazos, que fin de año es duro.
Lu.
Que lindo 🩵